domingo, 6 de enero de 2008

LA GITANILLA Y EL CIEGO

La niña salió de casa
contenta para el colegio,
todo sonríe en su vida
como clavel floreciendo.

La niña va por la acera
mirando con embeleso
lujosos escaparates
con mil juguetes expuestos.

Y como hablando con alguien
preguntó con dulce acento:
¿me compraría esa moto
o ese lindo muñequito?

Pero no; me gusta más
esa muñeca que veo.
¡Qué brillo tiene en sus ojos
y en sus hermosos cabellos!
¡Si tuviera el dinero...

Las palabras de la niña
las escuchó un pobre ciego:

-Ven, pequeña, compra "iguales",
a lo mejor cobras premio.
La niñita sorprendida
dijo:-Si yo nunca juego.

-¡Prueba con una peseta
en este número suelto!

La criatura pagó
y se fue para el colegio.

Aquella noche la radio
anunciaba el primer premio
¡cincuenta duros cabales!
mamá, mamá, yo lo tengo.

Me compraré una muñeca
para darle dos mil besos.

-Ya la verás qué bonita
no la dejaré un momento
de acariciarla y quererla;
ni por todo el mundo entero
cambiaría mi muñeca
porque me gusta y la quiero.

Y se acostó ilusionada
soñando con sus deseos.

La tarde del otro día
cobraron el primer premio.

Quiero ir corriendo mámá
a darle gracias al ciego.

Fueron donde el invidente
y hallaron a otro en su puesto.
Preguntaron por aquél.

-Señora, si quiere verlo
vive calle de la flor
número quince primero.

Llamaron por fin al piso,
abrió vacilante el ciego,
¡pasen, pasen!, estoy solo
mi niña, mi niña ha muerto.

Terminaron para mi
la esperanza y el consuelo,
pero pasen y verán
a la que fue mi lucero.

Entraron los tres al piso
y al ver la niña del premio
a otra niña fría, inerte,
amortajada en el suelo
comenzó a llorar amarga
haciendo llorar al ciego.

-Hija, vámonos de aquí
está temblando tu cuerpo
¿Qué tienes?, ¿es que te asustas?

-No mamá, no tengo miedo.
Es que no se... lo que noto
la verdad... no sé qué siento.

Esta pobre niña muerta
ha despertado el recuerdo
de la muñeca que vi
y que ansiaba con empeño,
mira; la misma carita,
la misma boca y el pelo
y es tanto su parecido
que creo que la estoy viendo
tras de los limpios cristales
de aquel lujoso comercio.

-No te emociones hijita,
salgamos de aquí un momento.

-Bien, mamá, cuando le dé
cincuenta duros al ciego,
para que adorne a su hija
en la tarde del entierro
con una corona grande
de flores y crisantemos.

Después de entregar la dádiva
salieron de allí en silencio
la madre con entusiasmo
por aquel bendito gesto
y la niña temblorosa
embargada en sus recuerdos.

Aquella noche en su cama
se entregó dichosa al sueño
y soñó que su muñeca
que tanto quiso su anhelo
estaba en los fríos brazos
de la niñita del ciego,
envuelta en manto de estrellas
bordado con mil luceros,
mientras cantaban la nana
los angelitos del cielo.

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